Hablemos de cuidados
- Espiral en movimiento A.C.
- 28 oct 2015
- 4 Min. de lectura
¿Qué pensamientos y emociones vienen a la mente cuando se habla de cuidados? ¿Qué imágenes ocupan nuestra mente para representar lo que es cuidar de alguien? ¿Esas imágenes/pensamientos son cercanas a las experiencias de quienes cotidianamente cuidan? ¿Son versiones idealizadas de lo que pensamos que es brindar cuidados? Algunas de estas imágenes conectan con la idea según la cual las mujeres de manera natural y espontánea tienen la capacidad de cuidar de otrxs, que además tienen una vocación altruista y la disposición permanente para cuidar y por tanto es una tarea que realizan sin mayor dificultad y con plena y permanente satisfacción.
Este tipo de relatos sobre los cuidados lo único que hacen es ocultar la trama compleja que hay detrás de una tarea que garantiza la continuidad de la vida humana, mediante una serie de actividades que permiten satisfacer las necesidades físicas, sociales y emocionales de las personas. Y ocultan que para lograrlo se requiere de una inversión importante de tiempo, energía y recursos que no todo mundo está dispuesto a ofrecer.
También ocultan que los cuidados se proveen en un contexto determinado. En el caso de México, como en otras regiones de América Latina, a partir de la década de los ochenta los servicios sociales dejan de ser prioridad del Estado, contamos con menos servicios públicos de salud y los que hay son de menor calidad, lo mismo sucede con los espacios para el cuidado de infantes, personas adultas mayores y/o en enfermedad. Sin embargo, las necesidades de cuidados de las personas no disminuyen, por el contrario, cada vez son más y más complejas en tanto que la esperanza de vida aumenta junto con las enfermedades crónico-degenerativas, así como las transformaciones familiares, cambios en las relaciones de género y la creciente presencia de las mujeres en el ámbito laboral que ponen en tensión un modelo tradicional de proveernos de cuidados a través de las figuras femeninas. Así, por ejemplo, la Encuesta Laboral y de Corresponsabilidad Social (INEGI, 2012) reporta que a nivel nacional el 52% de los hogares mexicanos urbanos tienen necesidades de cuidado. Y esto sólo contando aquellos hogares en los que al menos uno de sus integrantes es menor a 15 años, es una persona con limitaciones permanentes o es un enfermo temporal; es decir, no toma en cuenta a personas mayores de 15 años sanas que requieren que sus necesidades de cuidados sean resueltas por alguien más para poder tener el tiempo de estudiar y/o trabajar, donde podemos incluir a los varones que trabajan o a las y los jóvenes que estudian.
Ante esa realidad y con la ausencia del Estado, son las familias las que se hacen cargo de cuidar a las personas. Pero dentro de las familias, también hay grandes ausentes toda vez que son las mujeres -y no los hombres- quienes primordialmente se hacen cargo de los cuidados. Entonces aquella versión de los cuidados que los naturaliza al punto de hacerlos invisibles o que los califica como actividades siempre gratificantes y que -dada una “naturaleza” femenina- no representan un esfuerzo significativo para las mujeres, es una versión que garantiza que haya sujetos dispuestos (algunas veces con más o menos gusto) para resolver esas necesidades de cuidados de las y los demás.
Por supuesto, la realidad interpela constantemente esa versión y nos muestra que cuando el cuidado es asignado como una responsabilidad femenina implica que ellas inviertan un tiempo que dejan de dedicar a otras actividades, postergando o limitando proyectos de vida, o bien realizando dobles jornadas de trabajo. Así vemos que según la Cuenta Satélite del trabajo no remunerado de los hogares (INEGI, 2012), las mujeres limitan su tiempo de trabajo para el mercado a un 33.5% dado que el trabajo doméstico y de cuidados les ocupan un 65.2% de su tiempo; en contraste, los hombres que sólo dedican un 21.% de su tiempo al cuidado y actividades domésticas, pueden dedicar el 76.2% de su tiempo al trabajo remunerado. Igualmente, la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (INEGI, 2009) nos muestra que las mujeres invierten a la semana un promedio de 15.5 horas más que los hombres si se considera el tiempo que dedican tanto al trabajo en el mercado laboral como al doméstico y de cuidados dentro del hogar.
Este conjunto de datos, son solo una mínima muestra de las desigualdades que se generan cuando los cuidados son asignados principalmente a las mujeres. No obstante, la imagen naturalizada/idealizada lleva a que estas desigualdades no se reconozcan o que se oculten las consecuencias que tienen en la vida de las mujeres. Al mismo tiempo lleva a que algunas silencien los malestares que pueden estar sintiendo, puesto que lo que está en juego es su “valor” como mujeres, capaces de brindar cuidados de manera altruista y amorosa. Es por ello que en Espiral en movimiento hacia la iguladad, el bienestar y la ciudadanía A.C. tenemos la convicción de que necesitamos hablar de los cuidados, de escuchar a quienes cuidan y relaten las contradicciones y las ambivalencias presentes en las tareas de cuidar con el fin de señalar las desigualdades que se producen cuando los cuidados no son asumidos de la misma manera por todos los integrantes de la sociedad. Siendo que todas y todos necesitamos de cuidados, tenemos la convicción de que la corresponsabilidad nos beneficia a todas y todos, de tal forma que los cuidados sean asumidos tanto por mujeres como por hombres, pero que también sean una responsabilidad social y compartida -no solo familiar- para que las comunidades, el Estado y el mercado asuman un rol que coloque los cuidados en el centro. Pensamos que es un tema que necesitamos sacar de las versiones que naturalizan o idealizan y en su lugar ponerlos en debate de manera ampliamente y con urgencia. Es así, como ideamos “Las cuidadoras hablan” como una estrategia para disparar la reflexión… una discusión que nos lleve a mirar e impulsar la responsabilidad compartida que tenemos todxs de cuidar y cuidarnos.

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