El cuidado materno no es un paraíso
- Makieze Medina Ortiz*
- 26 nov 2015
- 12 Min. de lectura
Pararse temprano y empezar la jornada, despertarle, arrullar, amamantar, cuidarle cuando se enferma, acompañarle, brindarle las necesidades básicas, preparar sus alimentos: desayunos, meriendas, comidas, cenas, bañarle, asearle, peinarle, preparar su ropa, cambiarle, estimular y estar al pendiente de su desarrollo, guiarle, respetar y fomentar sus gustos, protegerles, educarle, llevarle al médico, a la escuela, a caminar, a jugar, al parque, a sus clases, comprar sus alimentos, las cosas que necesiten, a veces regañar, orientar, conversar, convivir, respetar, curar, observar, dirigir, enseñarle a que colabore a actividades que hacen en casa, entretener, consolar, armarse de paciencia, contenerse para no explotar, cumplir con las actividades que piden en la guardería, kínder, escuela, hacer tareas, escucharles, contestarles, atenderles, siempre atenderles. (Lado A de la historia - incompleto…). [1]
Pararse temprano, de madrugada, amamantar, dormir a pedazos, a destiempo, empezar la jornada, despertarle, preparar ropa, bañarle, vestir, peinar, pedir que obedezca, preparar desayuno, merienda, lunch, mochila, maletera, biberón, desayunar, quedarse en casa a cuidarle, atenderle, dormirle, arrullarle, encontrar intervalos para hacer todo lo que toca / salir de casa, medio arreglarte, llevarle, cargarle, incorporarse en las actividades diarias de la casa, o del trabajo, o de la casa y del trabajo, pensar mil cosas, estar al pendiente, guiarle, protegerle, educarle, traerle, preparar la comida, recoger, lavar, pedir, gritar, salir, volver, sentir… cansancio, pesadez… sentir culpa si te fuiste, culpa si te quedaste, platicarle, escucharle, medio atender tus pendientes, la casa, la comida, calmar, consolar, curar, pedir, regañar, discutir, postergar tus pendientes… preparar merienda, cena, atender, limpiar, consentir, lavarle dientes, cambiarle, pedirle, suplicarle, postergar más tus pendientes, olvidar tus pendientes, a otras horas, otro día… pedir, pedir, pedir sin ser escuchada, rabiar, cuestionarte constantemente ¿lo estoy haciendo bien?, sentir pena, culpa, enojarte con quien no está ahí y debería estar, enfurecer por quien sí está ahí pero en realidad no está, perdonarle, regañar, explotar -a veces sólo internamente, para ti-, gritar, rabiar, evadir, salir, volver, sentir que te gusta pero cómo cansa, reiterarte que lo deseabas pero creías que tu pareja se involucraría más, confundirte porque estas emociones ¿no forman parte de la maternidad?, sentir como intermitencia: gusto/pesadez/gusto/pesadez, calmarte, callar, sonreír, esperar, convivir, preparar lo de otras personas, para otras personas, para el otro día, contenerte para no explotar, a veces se podrá, a veces no. (Lado B de la historia - también incompleto, pero más conocido y real…). [2]
En estos cuidados muchas mujeres se identificarán si son madres. Algunos de estos compartirán, e inclusive sumarán otros, si cuidan a una persona enferma, con discapacidad, adulta mayor, donde las cargas pueden complejizase y tornarse más pesadas.
Éstas y muchas actividades más de cuidados y también de trabajo doméstico dentro del hogar son las que realizan diariamente las madres, hermanas, abuelas. Algunas de quienes tienen pareja contarán con la “ayuda” de su esposo o compañero/compañera. Otras pocas excepciones, tendrán un vínculo donde ambas personas asumen una responsabilidad de crianza y cuidado compartida de manera igualitaria, aunque en la vida diaria no corroboren fielmente esa sensación. Las actividades de cuidado se acumulan a las que realizan las madres cuando sólo trabajan en casa y son las únicas responsables del trabajo doméstico. O también se acumulan con otras que deben cumplir cuando son estudiantes, trabajadoras, profesionistas, voluntarias de alguna actividad, cuidadoras de otras personas, cuando deben salir de casa y dejar todo listo, o por lo menos, avanzado para los otros integrantes de la familia. Lo hacen con gusto, a veces también a disgusto, por obligación, por amor, porque “es su rol”, porque es lo que la sociedad considera que “le corresponde”, porque ella considera que “le corresponde”. Porque “es mujer”. Porque se cree que “es su naturaleza”. Porque así ha sido. Porque así aprendió. Porque es lo que ha visto y lo que sigue viendo. Porque aunque existan quejas nadie lo cuestiona seriamente. Porque si no es ella ¿quién?
Este tipo de actividades y muchas más se han denominado en los estudios feministas y de género como “cuidados”. Sobre su definición no existe un único concepto ni una delimitación exacta sobre los elementos imprescindibles que incluye o las dimensiones en las que se expresa. Rosario Aguirre (2007) refiere que el cuidado debe diferenciarse de las actividades del trabajo doméstico y lo describe como una actividad realizada por las mujeres, “generalmente no remunerada que no cuenta con reconocimiento ni valoración social. Comprende tanto el cuidado material como el inmaterial, que supone un vínculo afectivo, emotivo, sentimental entre el que brinda el cuidado y quien lo recibe. Se basa en lo relacional y no es solamente una obligación jurídica establecida por la ley, sino que también contribuye a construir y mantener las relaciones familiares. (…) Puede ser provisto de forma remunerada o no remunerada[3]. Pero aun fuera del marco familiar, el trabajo de cuidados se caracteriza por la relación de servicio y preocupación por los otros”. (Aguirre, 2007: 191).
"...las relaciones de cuidado tienen un componente interpersonal y afectivo que dificulta sea considerado como un trabajo y se le reconozca como una necesidad social..."
Por otra parte, los cuidados no sólo se viven dentro de una relación interpersonal, sino que el implica una relación social vivida en diferentes ámbitos: familias, comunidades, instituciones públicas y privadas que brindan servicios de cuidado vinculadas a la educación, salud, recreación, bienestar, entre otras. Al interior de las familias, las relaciones de cuidado tienen un componente interpersonal y afectivo que dificulta sea considerado como un trabajo y se le reconozca como una necesidad social, sin embargo, desde el feminismo se ha pugnado porque sea reconocido como un trabajo, como muchos otros, que involucra tiempo, dedicación y energía y que aporta de manera significativa para la reproducción del sistema económico y social. La economía feminista ha visibilizado y reconocido el trabajo, experiencia y valores realizados por las mujeres en el ámbito doméstico ocultos en un sistema capitalista patriarcal con la intención de enfatizar la relación directa que tienen con la calidad de vida y el bienestar humano de las personas, por ello, tanto el trabajo doméstico como el de cuidados son centrales, y sobre estos últimos, ha enfatizado que tienen un gran valor por solventar cotidianamente la existencia y por permitir el bienestar y reproducción de las personas como del mundo en que vivimos. (Picchio, 2001; Pérez, 2006; Carrasco, 2012).
Más allá de la dimensión material y subjetiva que tiene el cuidado, ejemplificadas en cientos de actos y actividades que realizan y en las emociones, sentimientos, intersubjetividades que envuelve y que son totalmente imprescindibles en las relaciones humanas; el cuidado tiene otras dimensiones que reflejan la riqueza y complejidad que debe considerarse cuando se le aborda, entre éstas: la dimensión social (al vivirse en diferentes ámbitos, proveerse por varios agentes y al interactuar en relaciones de poder); la económica (ante el aporte esencial que hace para el funcionamiento y reproducción del sistema económico, de la fuerza de trabajo y al contrastar la desigual posición económica de las mujeres); la cultural (frente a los roles, responsabilidades y prácticas de cuidado que no son natural ni esencial, ni exclusivamente femeninas sino socioculturalmente aprendidas por las mujeres y que pueden variar en función de cada sociedad); la jurídica (al pugnar porque sea reconocido como un derecho: a cuidar, a ser cuidado, y por tanto, a exigir que el Estado sea el responsable de garantizarlo a través de programas, servicios, infraestructura pública y de las condiciones que proporcione a las familias para que lo provean en las mejores circunstancias).
Si bien el acercamiento al término son avances que ayudan a comprender de manera más clara qué significa y qué aspectos hay que considerar cuando hablamos de cuidado, lo cierto es que pese a estos progresos y a los logros alcanzados históricamente por luchas feministas y movimientos de mujeres en ámbitos políticos, y sociales, temas como la valorización y remuneración del trabajo doméstico y la posición biológico-esencialista que aún persisten sobre la maternidad y el cuidado, siguen siendo nudos críticos en los que no existen progresos trascendentes y en los que prevalecen fuertes asimetrías de género.
Como parte de estas asimetrías, la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo a la par que constituye avances y ventajas sobre su formación, libertad y autonomía –aunque no en todos los casos-, representa también una fuerte tensión con el trabajo doméstico y de cuidados al interior de sus hogares, ya que ni el Estado ha creado programas ni ampliado su infraestructura y cobertura para atender a personas que lo requieren; ni el mercado han modificado sus estructuras, dinámicas y horarios para ofrecer soluciones o alternativas a las necesidades derivadas del ámbito doméstico; ni las familias han modificado sustantivamente las relaciones y roles de género que siguen imperando en nuestras sociedades.
"...las mujeres son quienes han asumido dobles o triples cargas de trabajo, quienes presentan una alta pobreza de tiempo y una postergación o ruptura con sus intereses personales, comunitarios, laborales, afectando sus trayectorias educativas, profesionales, su salud y calidad de vida..."
Bajo estos esquemas, las mujeres son quienes han asumido dobles o triples cargas de trabajo, quienes presentan una alta pobreza de tiempo y una postergación o ruptura con sus intereses personales, comunitarios, laborales, afectando sus trayectorias educativas, profesionales, su salud y calidad de vida. La desigual distribución de las responsabilidades de cuidado también dificulta o impide su autonomía económica y sus procesos de emancipación en muchas áreas de su vida y representa mecanismos de exclusión para no poder acceder a una serie de derechos laborales, económicos, políticos y sociales. Inclusive, muchas veces deben ejercer el rol de cuidadoras desde edades muy tempranas hasta muy avanzadas. Las mujeres jóvenes en primer lugar, seguidas de las adultas, son quienes dedican más tiempo a realizar actividades de cuidado; la mayor parte de ese tiempo está relacionado con la crianza de niñas y niños pequeños, así como el cuidado y apoyo a menores de 15 años (INMUJERES, 2010)[4]. De los 13.5 millones de niños y niñas que tienen de 0 a 6 años, el 78% son atendidos por su madre y el 22% son cuidados por otras personas o instituciones mientras su mamá trabaja. De este 22%, la mitad son cuidados por su abuela; 33% por otra persona, fuese familiar o no; 12% por personal de guarderías públicas y cerca de 5% por personal de guarderías privadas (ENESS, 2009).
La falta de garantía pública de servicios de cuidado para todas las personas que lo requieran, la dificultad para acceder por vía privada, las dobles o triples cargas de trabajo y el sesgo androcéntrico del empleo colocan a las mujeres en peor situación frente a los hombres tanto dentro de sus hogares como en el mercado laboral, donde tienen limitaciones en su ingreso, permanencia y desarrollo, además de que pasan a obtener trabajos más precarios, flexibles, a medio tiempo e informales y con peores salarios; situación que se intensifica en las mujeres más pobres y con menor nivel de escolaridad.
Los datos lo ejemplifican: mientras que en México 77 de cada 100 hombres de 14 años y más son económicamente activos, 44 de cada 100 mujeres en esa edad lo son, intensificándose esta diferencia en las mujeres más pobres. De acuerdo a la PEA (población econnómicamente activa) ocupada, las mujeres que son trabajadoras subordinadas y remuneradas representan 66%; mientras que las empleadoras, representan únicamente el 2% (INEGI, 2014). Sobre las prestaciones sociales y salario, el 57% de las mujeres asalariadas no cuenta con este tipo de prestaciones. La Encuesta Nacional sobre Ocupación y Empleo 2010, estimó que se hubiera tenido que incrementar en 8% el salario de las mujeres para lograr la igualdad salarial con respecto al promedio masculino (ENOE, 2010). De acuerdo a INEGI (2014) la tasa de informalidad laboral de las mujeres ocupadas subió en los últimos 15 años registrándose en el 2014 en el 62%; por otra parte, el tiempo de duración de la jornada laboral de la población femenina ocupada es menor con respecto a la masculina: el 36% de las mujeres y 20% de los hombres trabajan una jornada de tiempo parcial de menos de 35 horas a la semana; 41% de ellas y 43% de ellos trabajan de 35 a 48 horas a la semana y 19% de las ocupadas y 33% de los ocupados trabajan más de 48 horas a la semana (INEGI, 2014).
Si bien estos datos pueden explicarse por la estructuración del mercado de trabajo en cuanto al género y de la carga cultural y jerarquía que todavía preservan los hombres en diferentes instituciones y ámbitos, entre éstos la economía, también se puede asociar con el estereotipo y responsabilidad que se espera cumplan las mujeres en el trabajo doméstico y en el de cuidados de sus familiares, en detrimento de las responsabilidades y cargos con mayor jerarquía que podrían asumir pero que por dicho estereotipo no se les otorgan.
"...la resolución no puede limitarse únicamente a distribuir las cargas entre la pareja. Ello no basta. Es necesario responsabilizar al Estado en el tema del cuidado justamente porque la responsabilidad de sostener la vida no puede seguir considerándose privada, no le corresponde únicamente a cada persona o a cada pareja, sino que es una necesidad social que requiere atención y resolución pública. ..."
En otro ámbito, ha sido la familia y en mayor medida las mujeres de generaciones actuales y anteriores quienes han provisto principalmente los cuidados para sus integrantes, intensificándose esta orientación ante privatizaciones y disminución del Estado de bienestar social. Esta situación de desigual distribución de responsabilidades en el cuidado entre Estado y familia deben analizarse de cara a la vulnerabilidad que presentan actualmente las familias, a la posición genérica que cada género ocupa en la sociedad, la cual marca diferentes beneficios y desventajas para hombres y mujeres y a las tensiones que surgen en las parejas ante la desigual distribución de cargas y responsabilidades. En medio de estas valoraciones es importante subrayar que la resolución no puede limitarse únicamente a distribuir las cargas entre la pareja. Ello no basta. Es necesario responsabilizar al Estado en el tema del cuidado justamente porque la responsabilidad de sostener la vida no puede seguir considerándose privada, no le corresponde únicamente a cada persona o a cada pareja, sino que es una necesidad social que requiere atención y resolución pública. Es el Estado quien a través de políticas debe proporcionar una red de bienes, servicios, infraestructura pública y personal a nivel intersectorial para atender las necesidades de cuidado; y es también el Estado a quien le corresponde facilitar las condiciones y establecer una política familiar y de cuidado para que las familias y las parejas puedan brindarlo en las mejores circunstancias.
La falta de garantía de servicios públicos de cuidado y la falta de ingreso para poder pagarlos por vía privada han llevado también a que las mujeres creen y se apoyen en redes familiares, vecinales o comunitarias para proveerlo. Esta resolución puede tener altos grados de incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad al no brindarse en todos los casos en instalaciones seguras o por personas aptas para cuidarles; reforzando los roles más tradicionales de género y contribuyendo a las desigualdades laborales y sobrecargas de trabajo cuando se delega informalmente a otras mujeres de diferentes generaciones o clases sociales.
Son muchas más las desventajas y desigualdades que presentan las mujeres en el cuidado que las enunciadas en este breve texto y resultan mucho más claras y contundentes cuando a través de una campaña como “Las cuidadoras hablan”, motivada por Espiral en movimiento hacia la igualdad, el bienestar y la ciudadanía A.C., algunas mujeres que las viven cotidianamente, nos las platican, llevándonos a reflexionar y tomar conciencia de éstas. Desde un análisis de género importa señalarlas porque debido a éstas las mujeres continúan vivenciando condiciones y posiciones de desigualdad y situaciones de gran contrariedad y tensión diarias que acompañan varias etapas importantes de su vida: la niñez, juventud, reproducción, maternidad y adultez, sin dejarles gran margen para desarrollar y disfrutar otras áreas de su vida, sin poder ejercitar varios de sus derechos, ni poder cuidar de su propio bienestar físico y emocional. Paradójicamente y como otra expresión de desigualdad de género y generacional, cuidan a otras personas descuidando su propio cuidado.
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Notas
* Maestra en Estudios Políticos y Sociales por la UNAM. Profesora de la Universidad Iberoamericana (campus Puebla). Actualmente doctorante del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Sociología de la UNAM donde investiga y aprende sobre “El cuidado infantil provisto por el Estado y las familias en la Ciudad de México. Consideraciones para su provisión desde un enfoque de derechos humanos y de género”. Noviembre 2015. makiezemedina@gmail.com
[1] Información derivada de grupos focales realizados sobre cuidado infantil con madres trabadoras en el hogar y madres trabajadoras fuera del hogar de altos y bajos ingresos.
[2] Información derivada de grupos focales realizados sobre cuidado infantil con madres trabadoras en el hogar y madres trabajadoras fuera del hogar de altos y bajos ingresos.
[3] Su pago o impago es consecuencia de elecciones políticas, valoraciones culturales compartidas y el sistema de género imperante.
[4] Datos de INMUJERES (2010). Estimaciones con base en INEGI-INMUJERES, ENUT, 2009/Base de datos.
Bibliografía
Aguirre, Rosario (2007). "Los cuidados familiares como problema público y objeto de políticas" en Irma Arriagada (comp.) Familias y Políticas Públicas en América Latina: Una historia de desencuentros, CEPAL, UNFPA, Santiago de Chile, pp. 187-199.
Carrasco, Cristina (2012). El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía. Cuadernos de relaciones laborales, Vol. 31, Núm. 1 (2013) pp. 39-56.
ENESS (2009). Encuesta Nacional de empleo y seguridad social. INEGI.
ENOE (2010). La Encuesta Nacional sobre Ocupación y Empleo. INEGI.
INEGI (2014). Resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) durante el periodo octubre-diciembre de 2013. Cifras ajustadas a las proyecciones demográficas del Consejo Nacional de Población (CONAPO), 2010-2050 que actualizó el 16 de abril de 2013.
INMUJERES (2010). Las desigualdades de género vistas a través del estudio de uso del tiempo. Resultados de la Encuesta Nacional sobre uso del tiempo 2009.
Pérez Orozco, Amáia (2006). Perspectivas feministas en torno a la economía: el caso de los cuidados. Madrid: Consejo Económico y Social, Colección Estudios, 190.
Picchio, Antonella. (2001). Un enfoque macroeconómico “ampliado” de las condiciones de vida, en Cristina Carrasco (coord.), Tiempos, trabajos y género (pp.15-37). Barcelona: Publicacions Universitat de Barcelona.
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