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Los padres en el cuidado infantil: el problema no es la diferencia al cuidar sino la desigualdad de

  • Makieze Medina Ortiz*
  • 20 ene 2016
  • 20 Min. de lectura

Margarita Sikorskaia

La mayor parte de la bibliografía sobre el “cuidado” o los “cuidados” se ha enfocado en las desigualdades e impactos de género que tiene en las mujeres. Su visibilidad y estudio en los últimos años se ha justificado principalmente frente a los cambios sociodemográficos y en la composición de las familias; la incursión de las mujeres al mercado de trabajo a la par de la continuidad o incremento de cuidado que demandan personas en la familia; las dobles o triples jornadas de trabajo que realizan en comparación con los hombres al dedicar mayor tiempo y esfuerzo en actividades laborales fuera del hogar y continuar con aquellas labores domésticas y de cuidados al interior de éste; frente a las cadenas de cuidado derivadas de las mujeres que migran hacia otro país a cuidar a otras personas dejando a abuelas, hermanas, vecinas al cuidado de sus hijos/hijas; ante la pérdida de una serie de derechos, desarrollo y capacidades que se ven impedidas a ejercer cuando ellas sólo trabajan en su casa; frente a las repercusiones en su salud física y emocional ante la sobrecarga de trabajo, estrés, pobreza de tiempo y una serie de malabares que realizan en la vida cotidiana para cumplir con los roles de género que se han construido socio-culturalmente en torno a las mujeres.


Si bien estos son algunos de los principales temas en el cuidado que desde perspectivas sociológicas, laborales, económicas, de políticas públicas, género, derechos humanos se estudian; en México son pocos los estudios que abordan el cuidado paterno y mucho menos los que lo abordan desde una dimensión relacional, que involucre no sólo a las madres sino también a los padres: su participación, privilegios, omisiones, ausencias y lo relativo al ejercicio de su paternidad.


Uno de los riesgos de no incorporar a los hombres en los estudios del cuidado infantil es ofrecer como alternativas de solución públicas programas dirigidos sólo a las madres institucionalizando la responsabilidad y la solución únicamente en ellas y reproduciendo la desigualdad de género desde el Estado. O en otros casos, partir de supuestos construidos donde se ha esencializado el cuidado en las mujeres como parte inherente de su sexo, de su “ser”, “carácter” y “naturaleza”, y por tanto, seguir reafirmando que sólo ellas deben resolver las necesidades de cuidado que requieren otras personas, o aquellas que puedan hacerlo, puedan recurrir a servicios privados comprados en el mercado donde son las mujeres fundamentalmente quienes los brindan, o a redes comunitarias y familiares integradas por otras mujeres, reproduciendo el rol de género femenino sin alguna alteración y con una sobrecarga de trabajo donde influyen fuertemente la clase social y la edad. Son en muchos casos las abuelas o hermanas mayores o mujeres de clases sociales más bajas quienes desde etapas muy tempranas y hasta etapas muy adultas de su vida siguen siendo responsables del cuidado de diversos integrantes de su familia o de otras personas.


Las exclusiones u omisiones deliberadas de los hombres en los estudios sobre el cuidado no ayudan a evidenciar las responsabilidades y obligaciones que deben cumplir porque también les corresponden; tampoco contribuye a indagar las múltiples y diferentes formas en las que actualmente los padres lo realizan, lo perciben, lo evaden, ni evidencian las estructuras, condiciones sociales y constituciones identitarias de género que contribuyen para que así sea.


A menos que sean estudios ubicados desde las “masculinidades”, la bibliografía ha tendido a excluir a los hombres, a visibilizar sus buenas intenciones sin que sean del todo realidad o a nombrarlos tangencialmente enfatizando la obligación y nuevas responsabilidades en torno a la equidad de género, que si bien no podemos negar que son justas, urgentes y necesarias que ellos asuman, ha quedado en un nivel mucho menor de visibilidad el bienestar que pueden aportar los padres para sus hijos/hijas y para sí mismos cuando les cuidan, y también, han sido invisibilizados los privilegios que siguen conservando a partir de su ausencia o menor participación en el cuidado infantil.


Barker & Verani (2008) documentaron diversas investigaciones en América Latina y el Caribe que hablan de la participación de los padres en el cuidado y de los efectos positivos, evidenciando también elementos que no se materializan propiamente en actividades o tiempo de cuidado, pero sí en compromiso paterno, responsabilidades, afecto, presencia, calidad de la relación o el involucramiento activo para promover competencias sociales y desempeño escolar, entre otras.


Sin quitarle peso al desarrollo teórico y empírico de los estudios sobre las masculinidades, otras realidades y dinámicas de cambio también han contribuido a que los hombres se muevan y replanteen en la práctica la paternidad: la emancipación de las mujeres en algunas áreas que anteriormente eran monopolios de varones, particularmente, su incursión en el mercado laboral y los cambios que ha presentado el trabajo hacia una mayor precarización y flexibilización del empleo, han impactado en la preservación de las parejas, en los roles ejercidos al interior de las familias y en el no poder ser más los proveedores, o por lo menos, no los únicos.


Ello de la mano de otros cambios socio-demográficos que han acontecido en América Latina, y de los cuales México no es la excepción, como lo son: el aumento de hogares encabezados por mujeres; ahora más que antes, más matrimonios y uniones acaban en divorcio o separación; las edades del matrimonio han aumentado; más niños nacen fuera de uniones formales; existe un mayor número de familias compuestas por padres no biológicos o madres no biológicas. En el caso de separación o divorcio son mayores las probabilidades que los hombres se vuelvan a casar o formen nuevas relaciones que las mujeres, por tanto, ellos tienen mayores probabilidades de tener hijos/hijas con más de una pareja y de vivir separados de al menos algunos de ellos/ellas durante una parte significativa de su vida.


La paternidad, al igual que la maternidad, son construcciones socioculturales de manera que se mantienen en correspondencia con las valoraciones socioculturales de un periodo o momento histórico, pero pueden variar como efecto también de dichas variaciones (Bonino, 2000).


Estas nuevas realidades sociales exigen crear y adecuarse a nuevas dinámicas para ejercer su paternidad desde posiciones lejanas a la convencional y favorecen a inducir a que los discursos, valores y significaciones culturales sobre lo que implica ser hombre y ser padre comiencen a presentar indicios de cambio, o por lo menos, a cuestionarse por algunos hombres, aún cuando actualmente no son una mayoría. En este proceso han iniciado cuestionamientos sobre sus rasgos más tradicionales, conservadores y huecos, buscando nuevos y diferentes lugares, responsabilidades, deseos e ideales para vivir su paternidad; y un elemento muy importante, nuevas formas de cercanía, contacto, afecto, dedicación, cuidado y crianza con sus hijos e hijas, para el bien de estos últimos, de sus parejas y de ellos mismos.


Las nuevas realidades y las reelaboraciones que se propician a partir de las paternidades que están entrando en decadencia, variarán en función del sector social, edad, clase, etnia, raza, religión, pero particularmente la cultura y educación son variables importantes de padres que se han organizado, movilizado y tomado forma bajo las denominadas “paternidades emergentes”, “otras paternidades”, “nuevas paternidades”, así como “nuevos padres”. Éstas toman sentido a partir de la relación vivida y no sólo de la decretada, del vínculo directo, de los actos de amor, cuidado, disposición y disfrute mutuos, tanto de las hijas/hijos, como de los padres.


Pero hay que tener cuidado con este escenario que parece tan bueno y a la vez tan lejano en países como México. Hay que dar cabida a las dosis de realidad que son las que acontecen mayormente en el día a día donde los hombres que han iniciado procesos de cuestionamiento de su identidad, masculinidad, paternidad son una minúscula minoría, que regularmente está vinculada a otros procesos identitarios y posicionamientos políticos, filosóficos, personales de mayor envergadura. Por otra parte, si bien se pueden reconocer ciertos avances en torno a la participación de los padres en el cuidado infantil, su involucramiento en comparación con el de las madres no puede considerarse sólo en función de las diferencias y exenta de problematizaciones, esto es, de las diferentes actividades o formas de cuidado que realizan unos y otras, sino en la permanencia y reproducción de las desigualdades que siguen existiendo en la pareja y en los roles de género que cumplen. No nos equivoquemos en legitimar que es sólo una cuestión de diferencias. Que es diferente la forma de cuidar de los padres y las madres, cuando el problema no es que sea diferente, sino que es desigual.


Actualmente los padres pueden tener una mayor intención o participación en el cuidado de sus hijos comparándolo con generaciones previas, sin embargo, su involucramiento en la gran mayoría de los casos y en datos porcentuales es menor. En México el promedio de horas a la semana que las mujeres con hijos/hijas le dedican al trabajo doméstico en el hogar son 33 y los hombres en esta condición 14; las horas que ellas dedican a los cuidados a integrantes del hogar son 22 y ellos 12; y las horas que ellas dedican al trabajo en el mercado y actividades relacionadas son 46 y ellos 50. (INEGI, 2013: 57).


Barker & Verani (2008) evidencian las diferencias de tiempo, dedicación y esfuerzo de los padres al participar en el cuidado de actividades más ligeras o más relacionadas al juego y recreación. Estas diferencias ejemplifican bien lo que Connell (1997) denomina los dividendos del patriarcado[1], en los que los hombres aún cuando hayan comenzado a cuestionarse las nociones y prácticas de una masculinidad socio-cultural e históricamente aprendida, y hayan incursionado en la modificación de algunos comportamientos de género, se niegan a desprenderse de otras conductas tradicionales privilegiándose de estructuras de poder al interior del hogar, la pareja y otros espacios.


Y también coinciden con lo que Bonino (1995) llama micromachismos “coercitivos” que en el marco de las relaciones e interacciones de poder que se dan en una relación de pareja, particularmente en la conyugalidad, los hombres los manifiestan al abusar de la capacidad femenina de cuidado y maternalización, de manera que apelan a preservar el rol tradicional y de cuidado de la mujer impidiendo su mayor autonomía y desarrollo personal.


Inclusive, aún cuando parejas más igualitarias redistribuyan las actividades que implica el cuidado de los hijos/hijas, ello no necesariamente lleva a una más justa e igualitaria redistribución de cargas de trabajo y de responsabilidades en la pareja, puesto que muchas de las actividades de cuidado a la que se incorporan los padres las siguen concibiendo como ayuda a las madres y no propiamente como su responsabilidad paterna. Son padres participativos-ayudantes y no tanto igualitarios (Bonino, 2000). La noción es que ayudan pero no se responsabilizan, o sólo en emergencias, o no de las tareas materiales y emocionales más densas.


Sin ser una totalidad, es muy común encontrar en los hombres discursos bien intencionados y retóricas bien aprendidas en torno a la igualdad de género y/o a su participación en el cuidado de sus hijos/hijas que no se ven tan cristalizadas en la realidad. Incluso en aquellos que están en procesos de reflexión sobre su masculinidad o paternidad, en quienes no son completamente ajenos al feminismo o al género o en quienes presentan posiciones progresistas en torno a asuntos políticos, sociales o culturales.


Reflexivos o no sobre su paternidad, la mayoría de padres de bajos y altos ingresos en la Ciudad de México evidenciaron en grupos focales diferencias sustantivas en torno a las actividades de cuidado en las que se involucran en comparación con las de las madres. Las más reiteradas al cuidar a sus hijas e hijos menores de 12 años fueron[2]:


“El proveer” el gasto, la vivienda, los pañales, su alimentación, su ropa, el que no le falte lo indispensable. // “Atender sus necesidades más básicas” como prepararles el biberón, preparar la tina bañarlos, cargarlos por ratos, arrullar, cargar preparar el lunch, darles de comer, darles de cenar cuando ellos llegan, acostarlos, encontrarlos en la noche y platicar con ellos sobre lo que hicieron en el día. // “Jugar” dentro de casa, fuera de casa, generar actividades divertidas y positivas. // “Acompañarles” cuando se los encargan las mamás porque ellas salieron, en sus ratos libres, en los domingos, en los ratos en los que no tienen trabajo, en las noches; y en una sola mención: “durante buena parte del día en el que pasan o buscan estar más con ellos”. // “Entretenerles” en actividades fuera de casa, leerles un cuento, platicar, interactuar con ellos, ir a sus festivales de la escuela. // “Vigilarles” al ver la tele, darles la vuelta, cuando duermen, corroborar que están tranquilos sin pelear, revisar sus tareas, regañarles, castigarles. // “Trasladarles” llevarles a la guardería, con quienes les cuidan, a su escuela, al parque, a la tienda, a sus juegos, a sus clases. // “Educarles”, transmitirle valores, aspiraciones, enseñar lo que deben hacer las niñas y lo que no y lo que deben hacer los niños y lo que no. Es importante señalar que para los padres con ingresos bajos, la primera actividad más reiterada la relacionaron con “Ayudar a la madre al cuidado de sus hijos”; y dos de ellos afirmaron: no realizar casi ninguna de estas actividades de cuidado por tener una mala relación con los hijos. // Sólo un padre de altos ingresos refirió: “yo no tengo mucha división de género, formo parte de la actividades. No puedo pensar algo en que no participe”.


Sin colocar literalmente en este texto las actividades de cuidado que en grupos focales mencionaron realizar las madres de altos y bajos ingresos que trabajan sólo en el hogar como también fuera de éste, pero que se encuentran en un texto anterior titulado: “El cuidado materno no es un paraíso”, que escribí para el blog de “Las cuidadoras hablan”, las actividades que ellas realizan coinciden con varias que hacen los padres sin embargo no sólo son éstas sino muchas más: de mayor diversidad, dificultad, dedicación, cansancio, tiempo, hartazgo; implican realizarlas de manera más consecutiva y menos periódica en combinación con muchas actividades de trabajo doméstico que realizan a la par, como el cocinarles y no sólo darles de comer, el lavarles su ropa y no sólo vestirles, el hacerlas en todo el día o en gran parte de éste y no sólo en momentos muy delimitados; sin en ningún caso referir el no hacerlas o el poder evadirlas por tener una mala relación con sus hijos/hijas o por pendientes laborales, personales o de salud. Por el contrario, en estas situaciones reiteraron las madres su disponibilidad gustosa, neutral o culposa para acoplar sus tiempos, intereses, gustos, o en otros casos, sacrificarlos o postergarlos de manera temporal o indefinida. Pero en ningún caso concibieron el no cuidar. Es muy importante mencionar que en el cuidado las madres relacionaron aspectos emocionales que fueron omitidos o mencionados vagamente por los padres, por poner un ejemplo: el arrullar como una actividad que ambos relacionaban con el cuidado, las madres lo acompañaron también del contener, tranquilizar, consolar, querer, besar, evidenciando tan sólo dos de los aspectos más importantes en el cuidado: los materiales y los emocionales. Ello no significa que los padres no lo sientan, pero evidencia la diferencia, y en algunos casos, la dificultad de que puedan expresar sus emociones hacia sus seres más queridos.


Las diferencias en las actividades de cuidado fueron expresadas con mayor contundencia por las mujeres como malestares, inconformidades, tensiones, rencores e impactos muy diferenciados en las vidas de ellas en comparación con las de ellos, quienes no perciben sentirse afectados, saturados, estresados por la carga de trabajo y tiempo que ocupan al cuidar a sus hijos e hijas.


Tanto padres y madres de bajos y altos ingresos coincidieron en reconocer en que realizan más actividades de cuidado ellas que ellos, e inclusive, que en la familia cuidan más las mujeres que los hombres en su posición de abuelas, esposas, madres, hermanas, tías e inclusive vecinas o, trabajadoras domésticas, y que por la estima que se les tiene son consideradas estas últimas como de la familia.


Las percepciones sobre las desventajas que el cuidado inequitativo les provoca a las madres, tienen lecturas significativa y dimensionalmente diferentes para ellas que para ellos. Las madres de altos y bajos ingresos que trabajan sólo en el hogar como aquellas que trabajan dentro y fuera del hogar expresaron:


“Te neurotizas, te lleva a problemas de salud, de estrés, de autoestima, de autonomía”. // Descuido en la salud, descuido personal. // No puedes continuar estudiando. // “Dejas de trabajar y de recibir ingresos, no era mucho lo que ganaba pero ahora ni siquiera lo tengo”. // Trabajas más, ahora fuera de casa, dentro de casa y todo el trabajo del bebé // “No tienes tiempo para ti, porque estás haciendo quehacer o estás cuidando a tu hijo o estás trabajando”. // “Yo me deprimí porque me la pasaba trabajando y no tenía tiempo para ver a mi hija. La dejaba muy temprano aún dormida con su abuela (también dormida) y regresaba y la encontraba dormida.” // “Te olvidas de ti misma”. // Son muchas afectaciones. // “A mí me pasaba que no quería salir (…) Yo pensé que ya no podía seguir así. (…) El ser humano es egoísta por naturaleza, alguien lo desarrolla más que otras personas. Le dije que tenía que haber un cambio porque ya me cansé que sólo tú pienses en ti.” // “No salir porque lo que una quiere es descansar”. // “Hasta que él comenzó a involucrarse más con nuestro hijo yo pude tomar mi curso, antes no”. // “Ellos llegan súper cansados, yo le digo también que yo también estoy cansada aunque parezca que no es cansado”.


Los padres de altos y bajos ingresos perciben las siguientes desventajas que el cuidado inequitativo les provoca a las madres de una manera más reducida en cuanto a sus impactos y menos angustiante que como la viven ellas:


En el ámbito profesional. // En su desarrollo laboral, personal. // No tienen tiempo para hacer lo que quieran. // “Depende mucho de la pareja que tenga, si la pareja le echa horas o tiene otra visión no es pesado, si no, es una vida de locuras”. // Degaste físico, mental, emocional. // “Hay mujeres que mueren más pronto que el hombre, por la sobrecarga de trabajo” // “No es tan grave, todo depende de la organización de la mujer, mi pareja hace otras actividades (trabaja en la casa y también fuera), se para a las cinco de la mañana y se duerme a las doce de la noche”. // “Si la atiendes bien económicamente, de qué se puede quejar ¿no?”.


Importante es también destacar que padres de altos y bajos ingresos perciben desventajas para su paternidad cuando el cuidado es inequitativo y con una carga mayor para las madres:


“Como no se le dedica mucho tiempo al cuidado, las hijas y los hijos no le hacen mucho caso a los padres”. // “Al no estar mucho tiempo en su cuidado lo resienten”. // “Empieza a existir un distanciamiento por parte de las hijas e hijos hacia el padre, a veces pude ser una ruptura”. // No tenemos mucho contacto. // No los conocemos bien. // No tienen confianza en nosotros. // “Nos tienen miedo, no estamos casi nunca en la casa y no sabemos lo que hicieron y cuando llegamos vienen las quejas y los tenemos que regañar, que reprender, es así”. // Nos volvemos consentidores para compensar.


Estos son sólo algunas percepciones que evidencian que las formas, maneras y percepciones de cuidar de madres y padres presenten diferencias, ello parece lógico, sin embargo es un problema público y de justicia social cuando encarna y reproduce la desigualdad de género. Es un problema público cuando el cuidado infantil que proveen padres y madres no sólo es diferente sino desigual: en el tiempo dedicado, en el trabajo involucrado, en la diversidad de actividades, en el desgaste físico, emocional y psicológico, en las obligaciones que se asumen, en los impactos que tienen para el bienestar, desarrollo, felicidad, descanso y salud de las mujeres, en el ejercicio de varios de sus derechos.


Es un avance saber que los padres reconocen desventajas cuando el cuidado infantil en la pareja es inequitativo. Ellos registraron pérdidas principalmente en el cariño, confianza, conocimiento al no pasar tanto tiempo con sus hijos e hijas y/o al no cuidarles, sin embargo, ninguno de ellos percibe que las desventajas sean para ellos mismos. Si esto no es percibido de tal forma es porque son los que más ganancias, consideraciones, comprensiones y omisiones tienen todavía en este tema. Ninguno refirió sentirse más estresado, alterado en su salud, sobrecargado de trabajo en el hogar. Tampoco perciben que el cuidado dedicado afecta o pone en jaque sus trayectorias educativas, su desarrollo laboral, que tengan menos tiempo para sí mismos, que deban modificar actividades o decisiones triviales o centrales de su vida por el cuidado que proveen. Parece que el cuidado que actualmente otorgan no lidia con sus valores, intereses y actividades de vida. Los padres no parecen trastocados por el cuidado que dan a sus hijos e hijas como lo perciben y viven tan contundentemente las madres.


Con ello no estoy suponiendo que los hombres y los padres están en la posición ideal. Los hombres al igual que las mujeres estamos sujetos a un proceso de explotación en un sistema capitalista y por ello no podemos perder de vista que el modelo y sus valores deben ser modificados, sin embargo los hombres tienen posiciones más ventajosas que las mujeres en relación al trabajo doméstico, de cuidados y todo lo relacionado al ámbito reproductivo no sólo por un sistema capitalista sino por un sistema patriarcal. Esto no se puede minimizar por otra serie de explotaciones a las que están expuestos ni podemos esperar a que acontezcan cambios mayores que generen cambios en los padres. Debemos provocarlos.


Propuestas de gran envergadura como las que plantean las nuevas paternidades y una distribución igualitaria del cuidado infantil entre la pareja presentan grandes desafíos en el que hay que evidenciar las estructuras que permiten y reproducen las desigualdades para abordarlas y no caer en alternativas simplistas y limitadas dirigidas únicamente a proponer acuerdos, consensos, tomar conciencia o asumir cambios en los comportamientos de las personas. Estructuras como: la división sexual del trabajo, las desigualdades en las relaciones sociales y entre los sexos, las estructuras económicas que constriñen y determinan -en gran medida- los hechos y las elecciones sociales y las construcciones socioculturales e identitarias de cada género están imbricadas profundamente en este tema.


Uno de los principales hechos estructurales es el modelo patriarcal de división sexual del trabajo que adjudica a los varones el mundo público y a las mujeres al doméstico con la crianza y el cuidado de los hijos e hijas, promoviendo también se consoliden las expectativas de lo que se espera socialmente de hombres y mujeres y de su rol de género.


Para las mujeres la confinación total o parcial en el ámbito doméstico como responsables principales del ámbito doméstico y reproductivo, y por tanto, la idealización de la maternidad como destino ineludible, les adjudica característica esencialistas para el hogar, la crianza, el cuidado y una posición natural de darse y entregarse a las y los demás que han sido justificadas erróneamente en función de su supuesta “naturaleza” sin fomentar ni educar estas mismas en los hombres, a quienes se les considera ajenos, no aptos, o la mejor de las veces, secundarios para el cuidado de las personas.


En contraparte, los hombres presentan una serie de mandatos de género fuera del hogar que se desprenden de la división sexual del trabajo y que pese a que ya no sea una realidad contundente el ser los únicos proveedores, todavía prevalece el ideal de ser los principales, hecho que ante marcos laborales de gran precarización y flexibilización salarial y de un desempleo cada vez más intermitente llega a dañar su identidad y su rol de género. Sin embargo, debido a la posición genérica de dominio que ocupan en la sociedad y al desempeñarse principalmente fuera del hogar se les conceden ventajas que ayudan a que tengan en mayor medida: libertades, elecciones, tiempos libres, privacidad u otras actividades, que pese sus buenas y mejores intenciones de tener una mayor participación en los roles de la pareja y en el cuidado de sus hijos/hijas, existe el riesgo de que los avances sean mínimos y sean en realidad padres participativos-ayudantes y no tanto igualitarios, como los denomina Bonino (2010).


Asimismo, si no se considera la desigualdad entre los sexos como una dimensión estructural que genera -en mayor o menor medida- patrones de subordinación, sometimiento y dependencia en las relaciones hombre-mujer, el cuidado en el hogar tal como se ejerce en la actualidad, no se visualizará como derivación de esta dimensión (estructural), sino como una cuestión personal, privada, íntima, que compete la resolución sólo a la mujer o a la pareja o a la familia, creyendo que sobre esta vía puede resolverse. Ello desvía la atención centrándose en las personas a las que se les encarga su resolución y no en las condiciones estructurales que están provocando el problema.


Por tanto si no se trabaja con modificar las estructuras, las tareas parecen descomunales para las personas. Es por ello que el cuidado no puede ser visto en el marco de las relaciones de pareja sino que debe ser visto y analizado en el marco de las relaciones de género. Debe ser visto también en el marco de las relaciones sociales, ambas de las cuales están cargadas de poder y desigualdad.


En el marco de las relaciones sociales implica concebirlo como un tema y necesidad pública que debe abrirse al debate y reflexión colectiva, y que requiere una resolución prioritaria y fundamentalmente estatal, en donde a través de normas, leyes, programas y políticas el Estado asuma una responsabilidad pública para normar y atender un tema público y no privado.


Para atenderlo es necesario incluir una dimensión relacional que incorpore también a los hombres en estas responsabilidades. Es fundamental romper el patrón de programas públicos actuales que se dirigen sólo a las mujeres, con diseños centrados en la protección de la maternidad a través de licencias pre-natales y pos-natales exclusivamente para las madres y no para los padres –y en el caso de incluirlos- el tiempo que dedican no significa ni modifica nada si se otorgan 3, 5 o 10 días después de que ha nacido su hijo/hija. Es urgente ampliar hasta universalizar las coberturas de servicios públicos de cuidado infantil para que dejen de ser exclusivos para las madres trabajadoras en el mercado formal o sólo para los padres viudos o encargados de la custodia; se debe dejar de diferenciar su calidad en función de la clase social que se trate, del mercado formal o informal en el que se empleen. Hay que considerar también opciones de cuidado que hasta ahora parecen muy alternativas, donde las madres y padres que desean y puedan hacerlo, asumen posiciones autogestivas en la organización con quienes comparten esta visión y crean espacios donde ambos progenitores una mayor participación, protagonismo y contacto en el cuidado de sus hijos e hijas.


Es necesario también que el Estado no sólo regule al mercado en los servicios de cuidado, sino que se trabaje por modificar las prioridades que tan justamente ha reconocido la economía feminista, en donde la sostenibilidad y el bienestar de la vida resulten los horizontes centrales a perseguir y no la acumulación del capital. No será posible avanzar seriamente hacia otros patrones de organización, estructura y horarios en el trabajo y en la valoración en el bienestar y sostenibilidad de la vida humana si tanto los valores como las estructuras sociales y económicas ortodoxas no cambian. El trabajo doméstico y de cuidados debe dejar de ser devaluado por el capital. Y también por la sociedad. A la par de ir transformando estas concepciones se debe trabajar por modificar paulatinamente la estructuración en la economía en cuanto al sexo, abriendo brecha paralelamente para permitir la compatibilidad laboral, personal y familiar desde marcos de relaciones sociales y de género más igualitarios.


Estos desafíos que son inmensos, que no son los únicos y que expongo de manera muy breve deben tener la intención de cambiar gradualmente las concepciones sobre los roles de género de los hombres y las mujeres, de los padres y las madres, y no sólo en la familia y la sociedad, sino en y desde el Estado, ello a través de algunas medidas como las referidas, pero también a través de acciones concretas y de fuertes y permanentes campañas de concientización. Trabajar sobre las subjetividades individuales y colectivas es esencial para cambiar las nociones que se han legitimado y socialmente aceptado sobre la constitución identitaria de cada uno de los géneros.


Ir concientizando a los varones sobre las ventajas que tienen ante la posición estructural del ser hombre en la sociedad, así como ir concientizándolos sobre la pérdida de dividendos patriarcales, no les debe parecer deseable a muchísimos de ellos. De manera que no sólo se debe trabajar con los padres para visualizar y vivir los beneficios, sentimientos y bienestar que proporcionarían al cuidar en el presente y de manera presente a sus hijos e hijas, sino también, para concientizar las resistencias y enfrentar el dolor al no querer perder los privilegios de poder que aún tienen, viven y gozan como hombres y como padres.

Bibliografía



Barker, Gary & Verani, Fabio (2008). La participación de los hombres como padre en la región de Latinoamérica y el Caribe: Una revisión de literatura crítica con consideraciones para políticas. Brasil: Promundo, Save de Children.


Bonino M., Luis (2000). Las nuevas paternidades. En Familias: diversidad de modelos y roles, Madrid: UNAF.


_____________ (1995). "Develando los micromachismos en la vida conyugal", en Jorge Corsi et al. Violencia masculina en la pareja. Buenos Aires: Paidós, pp. 191-208


Connell, Robert W. (1997). “La organización social de la masculinidad” en Masculinidad/es: poder y crisis Valdes, Teresa y José Olavarría (edc.). Santiago: ISIS-FLACSO: Ediciones de las Mujeres N° 24. www.cholonautas.edu.pe / Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales.


INEGI - Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2013). Mujeres y hombres en México 2012. México: INEGI e INMUJERES.




Notas


* Maestra en Estudios Políticos y Sociales por la UNAM. Profesora de la Universidad Iberoamericana (campus Puebla). Actualmente doctorante del Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Sociología de la UNAM con la investigación: “El cuidado infantil provisto por el Estado y las familias en la Ciudad de México. Consideraciones para su provisión desde un enfoque de derechos humanos y de género”. Enero 2016. makiezemedina@gmail.com


[1] Conell (1997) establece categorías sobre las diferentes masculinidades, una de éstas es la “masculinidad hegemónica”, que alude a un modelo aspiracional y por tanto inalcanzable dentro de un sistema patriarcal, más que a una realidad vivida en su totalidad por hombres concretos. Como ideal cultural, permite el mantenimiento de privilegios masculinos bajo el respaldo de un poder institucional, colectivo y personal. Los beneficios que se obtienen los llama “dividendos del patriarcado”.


[2] Las percepciones incluidas en este texto sobre los grupos focales realizados en 2015 fueron ordenadas en orden de prelación, de manera que coloco las que más nombraron, sin que signifique que son las únicas. Estos datos forman parte de la investigación doctoral que curso en la UNAM titulada: “La provisiones estatal y familiar del cuidado infantil en la Ciudad de México. Consideraciones para su provisión desde un enfoque de derechos humanos y de género”.

 
 
 

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